Por María Sol Hermo*

Desandar el propio camino para encontrarse. Desandar para volver a habitar ese tiempo sin tiempo de la infancia. Y sentarse al lado del jazmín, que perfumó los días de niñez, a percibir, a observar, a recuperar ese tiempo de puro presente.

Escribir y componer canciones para las infancias es como recorrer minuciosamente las partes de un tejido, sus vueltas y entreveros, sus costuras y motivos, su textura y sus colores. Es difícil determinar en qué momento decidís hacer arte de esos tejidos de niñez; sin embargo, el deseo irrumpe y simplemente hay que abrirle camino.

Pensamos las canciones como una ventana hacia mundos sensibles, poéticos, que inviten a jugar y a crear, a su vez, otros mundos. Pero para que ese encuentro mágico entre la palabra y la música se produzca, es preciso explorar, buscar, preguntarnos quizás qué de nuestra infancia dejó huella en nosotros, qué nos conmueve hoy, con el fin de transformar la experiencia en arte. Partir de lo particular, de lo humano, de lo que nos atraviesa, hará seguramente que el otro pueda encontrarse en nuestras palabras cantadas. En La poética de la infancia, Yolanda Reyes (2019) sostiene de forma magistral: “El que escribe estrena las palabras y las reinventa cada vez, para imprimirles su huella personal. Y el que lee literatura recrea ese proceso de invención para descifrar y descifrar-se en el lenguaje secreto de otro”.

Un grupo de estudiosos literarios rusos, a principio del siglo XX, se preguntó qué es la literatura, qué es aquello que hace que identifiquemos un texto como literario. La respuesta fue tan simple como compleja: el extrañamiento. La llamada ostranenie o extrañamiento, en pocas palabras, hacía referencia a una mirada asombrada de la realidad, aquella que observa el mundo como si fuera la primera vez. Recuperar esa mirada, que en la niñez nos acompañó con intensidad, acaso sea una de las tareas más difíciles y estimulantes que existen.

Conmover, generar inquietudes, despertar imaginarios es lo que nos mueve a la hora de escribir y componer. La infancia es poesía. Solo hay que sentarse allí, al lado del jazmín, a observar, a percibir, a desandar el camino.

*María Sol Hermo es Profesora Superior de Música (Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla) y Licenciada y Profesora Superior en Letras (UBA). Además, es compositora, cantante y fundadora del grupo Agua de Sol. Integra el MOMUSI desde el año 2014 y actualmente es colaboradora de la Comisión Pedagógica.